Emotiva despedida a D. Jacinto García Hoya

D. Francisco Rico Bayo presidiendo la celebración.
En la tarde de ayer, presididos por el Administrador Diocesano de Plasencia Lic. D. Francisco Rico Bayo, despedimos a D. Jacinto García Hoya, párroco que fue en esta ciudad de San Juan, Santa María la Mayor y en los últimos años de El Pilar y San José. También realizó labores pastorales en la parroquia de Santiago de Don Benito (Badajoz).

Asistieron numerosos sacerdotes de la diócesis de Plasencia, así como familiares y feligreses que quisieron celebrar esta Eucaristía.


Momento en que se pone la casulla y la Escritura sobre el ataúd.
D. Jacinto manifestó siempre una gran inquietud evangelizadora, ya desde que comenzara su labor en la Juventud Obrera Cristiana y en la Hermandad Obrera de Acción Católica tratando de llevar la buena noticia de Jesucristo.

Defensor de la solidaridad y la caridad, su labor en favor de los más necesitados ha sido incansable desde su puesto como Delegado Episcopal de Cáritas Interparroquial de Béjar. Tenía claro que, como Jesucristo, su misión era servir a los demás, empezando por los más pobres.



Esa entrega generosa a los demás, también la tuvo en medio de la enfermedad, con una ofrenda del sufrimiento con una paz que sólo puede dar el Señor, testimonio de que el Señor verdaderamente consuela a los que ponen su confianza en Él.

D. Antonio García Hoya, tuvo unas palabras muy emotivas sobre
su hermano al finalizar la Eucaristía.
Como dice San Pablo en la segunda carta a los corintios, el hombre exterior se ha ido deshaciendo para ir renovando día a día el interior, de forma que se adquiere una morada eterna en el cielo. D. Jacinto caminó en su vida guiado por la fe para, llegado este momento, y combatiendo el buen combate de la fe, esperar la resurrección y anhelar ser acogido por los brazos de Dios Padre.

Por eso toda la Iglesia se alegra de la vida de este consagrado, que experimentó el amor de Dios en su vida y supo transmitirlo y anunciarlo a los demás, y porque, como él, tenemos la certeza de que Dios "no abandonará su vida en el sepulcro, ni dejará que su santo experimente la corrupción" (Sal 15).